Al público que asista a alguno de sus conciertos le puede sonar de algo la cara de una chica que resulta familiar, de esas que inmediatamente llevan a pensar que la hemos visto antes en algún otro escenario. Y es que Lucía Alonso Pardo canta en “mil” grupos. Lo del millar es, obviamente, una hipérbole, pero sí se pueden enumerar una decena, y con muy diferentes estilos. Desde uno que hace versiones de “Mecano” (“Que no un tributo”, puntualiza), como es “La Fiesta Nacional”, hasta “Tinieblas”, un espectáculo de teatro inmersivo para niños, de la compañía “Con Alevosía”.
Una lista de conjuntos en la que la artista de La Felguera también presta su voz a “Boulevard Music” (teatro musical y chanson), con Jesús Angel Arévalo; “Alfama”, de fado, con el acompañamiento de Rodrigo Sturm; la “Vetusta Big Band”, “Donna y Las Dinamos” (que se formó para homenajear a la actriz Meryl Strept, en su visita a Oviedo para recoger el Premio “Princesa de Asturias”), “Música de Sofá”, con Jacobo Cano (“que es el que más me aguanta todas mis inseguridades y manías, por lo que le estoy muy agradecida”), “Lucía y Chechu” (música hispanoamericana) y “Lucía Alonso y Sam Rodríguez”, que hacen jazz, bossa, boleros…
Pero para realizar un recorrido más en profundidad por la trayectoria musical de Lucía Alonso (en la foto, tomada por Javi Lueje) hay que remontarse a su niñez, en la Cuenca del Nalón. “Mi madre y sobre todo mi abuela me hacían cantar. En nuestra casa, aunque no había instrumentos, siempre sonaba la música. Aún recuerdo cuando trajeron el primer CD”, rememora. Entre las figuras que escuchaba, Xuacu Amieva, Ana Belén, Víctor Manuel, “Queen” y, por supuesto “Mecano”.
Su familia apostó por la prodigiosa voz de su niña y la inscribió en el Coro Infantil “Maestro Lozano”, al tiempo que también cantaba en el grupo de catequesis. Su debut sería con un villancico, “El tamborilero”, que había ensayado horas con su abuela, quien asistió, oculta entre la gente, a aquella actuación que tenía “prohibida”, pero que no quería perderse por nada del mundo.
Lucía Alonso pasaría después a otra agrupación coral juvenil, con la que viajó a unas cuantas localidades, coincidiendo en las giras con coros masculinos, de los que aprendió muchas canciones del repertorio tradicional asturiano.
En su etapa universitaria cursaría Arte Dramático, en la rama de Interpretación Textual, en Gijón, estudios que compaginó con los de Canto. Posteriormente se fue a París a perfeccionar su formación. Estando en Francia su madre le puso en contacto con Miguel Angel de Diego, con el que hizo un espectáculo como solista.
Se presentó al casting de “El Alma de la Melodía”, obra dirigida por Jesús Angel Arévalo, y fue seleccionada, abriéndole las puertas a una experiencia que califica de “maravillosa”. Además, en la academia del maestro empezaría a ejercer como profesora de canto.
A los escenarios de bares llegaría animada por un amigo, que le avisó de que en la “Santa Sebe”, de Oviedo, estaban intentando preparar una función de cabaret. Eso sí, con un plazo tan corto de tres días. Se lanzó a la aventura y no sólo triunfó en el conocido local ovetense, sino que llevaría aquella representación a otros espacios, ganándose el aplauso de los espectadores.
Con “Música de Sofá” recalaría, asimismo, en diversas ciudades españolas y tendría vivencias irrepetibles, como cantar en una pedida de mano en un acantilado (“No era capaz de parar de llorar”), en un piso muy pequeño o en una furgoneta para una pareja. Y a buen seguro que vendrán muchas más, porque Lucía Alonso destila arte.
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