En los ochenta estuvo muy de moda una serie americana, “Fame” (“Fama”, en su versión patria), que en los 136 capítulos emitidos en España empezaba con la firme advertencia de una profesora de aquella academia de baile que se convirtió en un soniquete nacional: “Tenéis muchos sueños, buscáis la fama, pero la fama cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar… Con sudor”.
Algo así se les podría aplicar a los solistas y grupos que buscan su sitio en la música a través de esos escenarios que se les prestan en los bares y chiringuitos para dar a conocer su arte al público. Algunos lo hacen por hobby, pero otros lo tienen como principal sustento económico (es el caso, por ejemplo, de Fran Juesas, que abandonó su profesión, como técnico de máquinas de revelado fotográfico, para dedicarse de pleno a los bolos, como cuenta en un reportaje que se puede leer en esta revista). Es la pescadilla que se muerde la cola, porque la hostelería no está como para tirar demasiados cohetes y sus gerentes afinan al máximo los costes de contratación, que tienen que amortizar con unas consumiciones que se hacen de rogar y llegan con lo justo para cuadrar números, por lo que en ocasiones la única repercusión positiva se limita a una buena promoción del negocio.
Para alcanzar las rutilantes cifras que manejan estrellas mundiales como Lady Gaga, Rihanna o “Coldplay”, que se embolsan 750.000 euros por actuación, o sin ir tan lejos, figuras nacionales como “Camela” (74.000 euros), Rozalén (54.450 euros), “Taburete” (48.400 euros) o “Loquillo”, que cobra 47.000 euros, hay que sudar. Mucho.
En Asturias los cachés varían en función del día de la semana (obviamente, no se paga igual un pase un martes que un sábado) y de otros factores, como la capacidad de la sala o el volumen de contrataciones que se cierran en cada temporada. Pero en líneas generales se podría señalar que las tarifas más bajas se mueven entre los 100 y los 300 euros para los solistas y dúos y entre 350 y 500 euros si se trata de un grupo. En ese dinero se incluyen los gastos de desplazamiento, el tiempo que se dedica al montaje del equipo y a las pruebas de sonido, además del correspondiente concierto, con los consiguientes “otra, otra”, que muchas veces acaban teniendo un extra de tres o cuatro canciones en los “bises”. Visto así, hay que darle la razón a aquella famosa profesora de la academia de baile.
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